El doble duelo de no poder decir adiós.




El tren se va. Empieza a moverse lentamente separando a dos personas que se aman. Se volverán a ver, y el reencuentro será increíble  Pero el dolor está ahí, aunque se atenúa con una abrazo, una caricia, un beso. 


Él en su vagón se consuela recordando las últimas palabras, su mirada y su sonrisa. Ella camina firme contando los días que faltan para volver a tocar sus manos.


La de la guadaña llega sin piedad en algún momento y nos arrebata seres que amamos. O un día nos lleva a nosotros y deja a alguien aquí que no obtiene consuelo. 


LA DESPEDIDA DE LOS VIAJEROS EN LOS ANDENES DEL TREN ES HISTORIAY no estamos preparados. Ni cultura, ni filosofía, ni religión, ni psicólogo puede llenar el vacío. Y el duelo no es efímero. Aunque tratamos de recuperar la vida tal y como era, es en vano. El dolor queda, y se convive con él. El consuelo se busca en la memoria, en la esperanza del reencuentro en otra dimensión, en las últimas palabras, en la despedida.


Pero qué pasa cuando no hay despedida. La respuesta es que el duelo se prolonga en su amargura. Cuánto daríamos por pasar una tarde con quien se fue y decirle cuánto le queremos, cuánto nos influyó, y cómo lo vamos a echar de menos. Desgraciadamente eso está pasando continuamente durante la actual pandemia. Ha pasado en muchas ocasiones, y mañana volverá a ocurrir. 


La de la guadaña está ahí, detrás de cualquier esquina esperando que nos despistemos. Sabiendo que nos vendrá a buscar a todos. Hay que evitar que nos pille sin habernos despedido.

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